La madrugada del 2 de mayo de 1998, Natasha Gelman murió de un infarto al miocardio. Su deceso cerró una historia de 40 años en la que ella y su esposo, el productor de cine Jacques Gelman, formaron pieza a pieza una de las colecciones privadas más costosas del mundo; abrió también una historia de rapiña que desató un enmarañado laberinto judicial. A una década de que el médico León Golub Rill firmara el acta de defunción de Natasha, una parte de su colección se encuentra desaparecida, tres personajes se ostentan como albaceas legales, y en la disputa por los derechos de propiedad de las obras existe el riesgo de que éstas queden en manos de un bufete de abogados que, entre otras cosas, jamás tuvo trato con los Gelman. En ese laberinto habrá de resolverse el futuro de una colección que alguna vez causó la admiración y la envidia de los conocedores y expertos de arte de todo el mundo. La búsqueda de obras representativas del arte contemporáneo, que Jacques y Natasha Gelman realizaron a lo ancho del planeta, inició en la década de los cuarenta en paralelo con su historia de amor. Se habían conocido en un café del Centro Histórico en 1941, cuando él —un ruso emigrado durante la Segunda Guerra Mundial— comenzaba a disfrutar las bondades económicas que le reportaba el hecho de haber descubierto comercialmente a Cantinflas. Hacía unos meses, el productor había lanzado con éxito espectacular Ahí está el detalle (Juan Bustillo Oro, 1940). A partir de entonces produciría, con el cómico mexicano en el rol protagónico, 34 películas más. Jacques y Cantinflas habían trabado una amistad entrañable, pero también una sociedad comercial de alta rentabilidad que permitió a los Gelman dedicarse al coleccionismo de arte. “Nunca lo escuché hablar de su frenética y sin duda interesante vida profesional (al lado de Cantinflas)… En contraste, no dejaba de platicar sobre la colección de arte que él y Natasha poseían”, relató en 2005 el historiador de arte, y amigo de la pareja, Pierre Schneider. En 1986, año de la muerte de Jacques, la colección se hallaba integrada por dos poderosas vertientes. La primera, de arte mexicano, y compuesta por 95 piezas, había sido recabada entre los artistas más fulgurantes de la época, a los que los Gelman procuraban mantener cerca. Diego Rivera, David Alfaro Siqueiros, Frida Kahlo, Gunther Gerzo y Rufino Tamayo hicieron retratos de Natasha, pues Jacques disfrutaba al ver a su esposa convertida en modelo de pintores aclamados. Entre las obras de esta vertiente figuraban verdaderos clásicos del arte mexicano: Diego en mi pensamiento, de Frida Kahlo; la Vendedora de alcatraces, de Diego Rivera; y el Retrato de Cantinflas, de Rufino Tamayo. La colección incluía, también, trabajos de Juan Soriano, Ángel Zárraga, María Izquierdo, Gunther Gerzo, Carlos Mérida y José Clemente Orozco, entre 18 artistas relevantes. La segunda vertiente, formada por un centenar de piezas y valuada en 300 millones de dólares, no era menos significativa. Concentraba la obra de grandes maestros europeos: de Dalí a Kandinski, de Matisse a Renoir, de Modigliani a Balthus, de Braque a Miró. Hoy se sabe que los Gelman, anticipándose a posibles discordias legales, frecuentemente ponían a discusión a quién debían legar la propiedad de las obras. Tras la muerte de Jacques, la decisión quedó en manos de su viuda. En un testamento firmado en agosto de 1993, Natasha (su nombre verdadero: Natalie Zahalka Krawak) heredó la parte mexicana de la colección al curador y experto en arte Robert Littman. Cuatro años más tarde, en noviembre de 1997, a cambio de una cantidad simbólica (un dólar por cada obra), cedió la sección europea al Museo Metropolitano de Nueva York, en donde se exhibe actualmente. Estas decisiones no fueron cuestionadas sino hasta muchos años después. Un primo lejano de Natasha, Jerry Jung, cuyo nombre no figura en el testamento, acudió a los tribunales en septiembre de 2006 para reclamar la propiedad de las obras. Ese mismo año, el hijo adoptivo de Cantinflas, Mario Moreno Ivanova, a quien una supuesta disposición testamentaria de Jacques Gelman habría nombrado años antes heredero de la sección europea en caso de muerte de Natasha, intentó reclamar para sí las piezas que habían sido legadas al Metropolitano de Nueva York. Su argumento: que Littman y sus socios en el fideicomiso Waterford —por el que se realizó la donación— se habían aprovechado del supuesto alzheimer de la viuda para obligarla a entregar los derechos. En todo caso, Moreno Ivanova interpuso la demanda demasiado tarde: a fines de 2008, el Tribunal Superior de Justicia del DF consideró que el caso había prescrito. La demanda de Jung, en cambio, sigue vigente. Por caminos inesperados, el juicio atraviesa uno de los momentos de mayor ebullición. Una historia enrevesada A la muerte de la viuda de Gelman, la colección mexicana fue exhibida por primera vez en París. La recepción apoteósica que le brindó la crítica animó a Robert Littman a prolongar la gira por cuatro años más, en igual número de continentes. En 2005, siguiendo los dictados de la viuda, la muestra terminó su vida itinerante para ser expuesta al público en una sede permanente dentro del país. La ciudad elegida fue la misma donde Natasha había pasado sus últimos años: Cuernavaca. A través de un acuerdo con la cadena Costco, se construyó un recinto que pudiera albergarla, el Museo Muros. Littman consideró que se trataba de “un feliz desenlace”, una decisión “que beneficiará a la cultura”. Un año más tarde, sin embargo, las obras iniciaron un nuevo peregrinaje. Había aparecido el primo lejano Jerry Jung. Su asesor legal era un abogado de prestigio oscuro, asociado con cárceles y sobornos al poder judicial: Enrique Fuentes León. El litigante llevó la defensa de tal modo que quedó capacitado para seguir tomando parte en el juicio, aun sin la presencia de Jung. Halló la puerta abierta, y metió el pie. No sólo eso: ahora podría convertirse en propietario de la colección. Cinco años antes de su muerte, la viuda de Gelman había convocado al notario 103 del Distrito Federal, Armando Gálvez, para dictar un testamento que quedó registrado en el libro 958, bajo el número 30,268. Además del notario, se dieron cita Silvia Guillén Sánchez, Aída Mejía Villalobos y Rosa María Guillén Sánchez, quienes fungieron como testigos instrumentales. Como no había hijos de por medio, los bienes de los Gelman quedaron en manos de Robert Littman, con quien la pareja había mantenido una amistad de 30 años. Natasha incluyó también en el testamento una pequeña cláusula según la cual heredaba 10 mil dólares a su medio hermano, Mario Sebastián Krawak. Para poder convertirse en poseedor y administrador de la colección, el testamento condicionó a Littman a conservarla, no dividirla, exponerla en un museo de carácter privado con acceso al público en general y autorizar a que, en caso de ser necesario, con previo consentimiento del INBA (la obra de Kahlo, Orozco, Rivera y Siqueiros forma parte del patrimonio artístico de la nación), ésta pudiera salir del país para ser expuesta en el extranjero. Littman debía hacerse cargo, además, de la venta de dos inmuebles propiedad de Natasha, y de los objetos de plata y menaje que se encontraran en ambos domicilios. El primer inmueble era la residencia que la pareja ocupó hasta su muerte en Cuernavaca; el segundo, un departamento localizado en las Lomas de Chapultepec. La voluntad de la viuda indicaba que los recursos obtenidos por la venta de la casa debían ser destinados a la conservación de la colección mexicana. El dinero de la venta del departamento, mientras tanto, sería dividido en tres partes: la mitad debía agregarse al mantenimiento de la colección; el resto, dividido en partes iguales, debería ser entregado a los empleados Cleofas González Gutiérrez y Francisca Sánchez Ávila, en gratificación por los años de servicio y compañía que prestaron. En caso de que Littman muriera, o quedara incapacitado, las albaceas sustitutas serían la abogada Janet Neschis y la juez Marylin Gelfand Boom de Diamond (consejeras de la Gelman Foundation). El primero de septiembre de 1998, en la notaría 132, se formalizó la entrega de la herencia. Las condiciones impuestas por Natasha fueron cumplidas. Menos una. Los 10 mil dólares no fueron entregados al medio hermano de la viuda. La razón, según Littman: se desconocía su paradero. A pesar de una intensa búsqueda, había sido imposible localizarlo. En ese contexto se dio la aparición de Jerry Jung. En septiembre de 2006, ostentándose como pariente en quinto grado de Natasha, inició un juicio sucesorio para reclamar la colección mexicana ante el Tribunal Superior de Justicia del DF. Su reclamo no prosperó porque las leyes del país no contemplan la posibilidad de heredar, por la vía de la sucesión legítima, a parientes que se encuentren más allá del cuarto grado. Permitió, sin embargo, la entrada en escena de los abogados Enrique Fuentes León y el hijo de éste, Enrique Fuentes Olvera. Al nombre de Enrique Fuentes León lo distingue una característica: suele aparecer asociado a los casos más turbios y oscuros. Alguna vez se le tuvo entre los mejores abogados mexicanos. Acostumbraba echarse en la bolsa asuntos importantes, que lo mismo involucraban a políticos, a artistas, a narcotraficantes. Su presencia de uno noventa y su gesticulación cargada de aspavientos, intimidaban a sus rivales. Su suerte dio un giro de tuerca en 1988, cuando fue descubierto en un caso de soborno al poder judicial. Antes había estado implicado con los presuntos secuestradores de la escritora y bailarina Nellie Campobello, un capítulo oscuro que le hizo pasar dos años y ocho meses en prisión. La última vez que se vio con vida a Nellie Campobello fue precisamente acompañada por Fuentes León. En febrero de 1985 el abogado la llevó al juzgado cuarto de lo penal, en el Reclusorio Norte, para desestimar la denuncia por secuestro que el INBA había interpuesto contra sus clientes, Cristina Belmont y Claudio Fuentes. Campobello no pudo ser interrogada debido a un amparo obtenido por el abogado. Con ello se evitó que la juez que llevaba el caso verificara si la escritora estaba retenida por la fuerza, y si su salud mental se había deteriorado, como argumentaban sus amigos más cercanos. Fuentes León pudo sortear las acusaciones de secuestro, pero entonces se cruzó en su camino un asunto no menos desaseado: su participación en el escándalo de Alejandro Braun Díaz, el Chacal de Acapulco, que iba a significar su derrumbe como abogado. En 1988, en un caso que había conmocionado al país, Braun fue condenado a 30 años de prisión por la violación y el asesinato de una niña de seis años, Merle Yuridia Mondain Segura. Fuentes León se las arregló, sin embargo, para conseguirle un amparo. Lo había obtenido por arte de magia, mientras los tribunales se hallaban cerrados a causa de las vacaciones decembrinas de ese año. Braun salió de la cárcel sin que nadie pudiera evitarlo. Nunca más se le volvió a ver. Las investigaciones culminaron con el primer gran escándalo de corrupción dentro del poder judicial. Se comprobó que, a través de Fuentes León, Braun Díaz había sobornado con 500 mil dólares al entonces ministro de la Suprema Corte de Justicia, Ernesto Díaz Infante. El escándalo tuvo dimensiones internacionales y por primera vez pudo hablarse de corrupción comprobada dentro del poder judicial. El ministro fue condenado a ocho años de prisión. El 23 de enero de 1989 un juez ordenó la aprehensión de Fuentes León. El abogado huyó de México durante seis años. Finalmente, fue detenido en San Antonio, Texas, en 1995. A su llegada a México se le concedió libertad bajo fianza. Pero el asunto Campobello no había concluido. Dos meses después de su liberación por el caso del Chacal, el personaje volvió a ser detenido y condenado a cinco años por el secuestro de la bailarina. Sólo estuvo preso dos. Según las primeras declaraciones de los agentes de migración, Fuentes León no habría perdido la costumbre de enredarse en asuntos espinosos: al momento de su detención, dijeron éstos, iba acompañado por el hoy desaparecido diputado del PRI Manuel Muñoz Rocha, prófugo de la justicia mexicana y presunto autor intelectual de la muerte de José Francisco Ruiz Massieu, ocurrida en septiembre de 1994. Derechos comprados En 2006 el despacho que encabezan Fuentes León y su hijo Enrique Fuentes Olvera se dio a la tarea de buscar al medio hermano de Natasha, Mario Sebastián Krawak, a quien Littman no había entregado los 10 mil dólares que le correspondían. El personaje fue localizado a través del directorio telefónico de la ciudad de México. Estaba enfermo y en situación económica precaria. Los abogados se ofrecieron a comprarle los derechos de la herencia. Le pagaron 20 mil dólares por ellos, el doble de lo que su media hermana le había heredado. La oferta fue aceptada en un contrato de cesión de derechos redactado por el despacho Fuentes León y firmado el 18 de octubre de 2007 en favor del hijo de éste, Enrique Fuentes Olvera. El documento, avalado por el notario público número 49 del DF, establece en su segunda cláusula que el cesionario Mario Sebastián Krawak recibió de plena conformidad 20 mil dólares a manera de “contraprestación”. El medio hermano de Natasha murió ese mismo año, pero el documento permitió a los abogados pelear una herencia en la que, hasta hacía unos meses, no tenían nada que ver. La sesión que Krawak hizo a favor de Fuentes Olvera comprende los derechos derivados del legado de 10 mil dólares, así como cualquier otro derecho que corresponda en el intestado. Con este documento en su poder, Fuentes León se presentó en el juicio sucesorio para solicitar la remoción de Robert Littman como albacea y la nulidad de todo lo actuado por éste. Solicitó, también, el reconocimiento de su hijo como nuevo albacea y heredero universal. El año pasado, en una decisión polémica, la juez vigésimo primero de lo familiar, Cecilia Carmen Santos Herrera, concedió los Fuentes las tres peticiones y anuló la adjudicación del legado en favor de Littman. “Esos señores ni siquiera conocieron a los Gelman y ahora quieren apropiarse de su legado cultural. Todos los datos disponibles indican que la intención es apoderarse de las obras y venderlas para su propio lucro”, aseguró el experto en arte. La defensa del curador, el despacho García Alcocer, consideró las resoluciones como arbitrarias e ilegales e interpuso una queja administrativa contra la juez Santos, a quien acusó de favorecer los intereses de Fuentes Olvera. En opinión de los defensores, el nombramiento de este abogado viola el Código de Procedimientos Civiles del DF, dado que el testamento de Natasha no ha sido desconocido —y ya designa dos albaceas sustitutos—. La defensa asegura, también, que el hijo de Fuentes León ha realizado diversas acciones ilegales (se le acusa de presentar fichas médicas falsas para demostrar que la viuda de Gelman se hallaba “mentalmente incompetente” al dictar su testamento), y denuncia un presunto intento de negociación extrajudicial, a través del cual los Fuentes León habrían propuesto a los abogados del despacho García Alcocer repartirse con ellos en lo oscuro una parte de la colección. El pasado 8 de enero, los defensores de Littman se anotaron un punto importante: el Consejo de la Judicatura aceptó remover a la juez Santos. “La juez deberá inhibirse de seguir conociendo la sustanciación del juicio sucesorio de bienes […] y deberá remitir dicho expediente a la oficialía de partes común civil-familiar del TSJDF, a fin de que sea enviado al juzgado que por razón de turno corresponda”, se lee en la sentencia, que fue votada por unanimidad. En el corto plazo las sentencias judiciales deberán determinar si la colección queda en poder de Littman o pasa a las manos de los Fuentes León. Mientras tanto, en otro hecho controvertido, el experto en arte tomó la decisión de ocultar las piezas hasta que el litigio concluya. Su defensa argumenta que la colección Gelman está en lugar seguro, y que Littman se halla fuera del país. El caso será retomado por un nuevo juez. A él le tocará decidir en manos de quién queda la que ha sido considerada como la colección privada más importante del siglo XX. Arelí Quintero. Periodista. |
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